Testimonio Personal 
Una mañana de septiembre de 2000, iba caminando a mi trabajo, como de
costumbre. Tenía que caminar cerca de cuatro cuadras entre mi
estacionamiento y mi oficina.
Esperaba el cambio de luz para cruzar la calle, cuando de pronto algo
terrible comenzó a suceder en mí. De repente, un sentimiento de terror y
muerte invadió todo mi cuerpo. Sentía como si literalmente fuera a
morirme. Todo mi cuerpo comenzó a temblar, apenas podía respirar.
Mi corazón latía a tal punto, que creía que iba a estallar. Un sudor y
mareos con una sensación de desmayo comenzaron a correr a través de mi cuerpo.
Estaba aterrada. No reaccionaba. No podía moverme. Sin
embargo, tenía unas ganas inmensas de salir corriendo sin rumbo fijo. No
podía pedir ayuda ya que las palabras no podían salir de mi boca.
Al cabo de unos minutos, comencé a reaccionar. Poco a poco pude
caminar y llegar a mi oficina. Luego de haber pasado todo, me sentía
sumamente agotada, como si hubiera corrido un maratón en las Olimpiadas.
Al cabo de un rato, me sentía tan bien, que lo olvidé y lo pasé por alto.
Ese fue mi primer ataque de pánico de forma oficial, ya que, sin saberlo,
había experimentado sensaciones similares durante mi niñez, pero en periodos
de años entre uno y otro.
En muy poco tiempo, estos episodios fueron aumentando, tanto en frecuencia
como en intensidad. Algunas veces me dieron manejando en el auto, otras
veces caminando, comiendo, bañándome, trabajando, de compras en el centro
comercial.
Estaba muy preocupada. Comencé a evitar las situaciones que me hacían
sentir así y empecé a encerrarme en mí misma.
Llegué a un punto de tener hasta tres (3) de estos ataques diarios.
Muy pronto dejé de manejar el automóvil, se me hacía prácticamente imposible
caminar, trabajar, inclusive, estar sola. Me aterraba la idea de que fuera
a ocurrirme lo mismo y no tener a nadie que pudiera ayudarme.
Fue cuando decidí ir a un neurólogo, ya que sabía que algo andaba mal en
mí. Sentía miedo todo el tiempo. El médico me habló de la
condición de Trastorno de Pánico por primera vez en mi vida.
Me hicieron varios análsis, y de todos salí bien. Fue cuando me
indicó que el tratamiento consistiría en ingerir antidepresivos por un
tiempo. De primera instancia, me negué. No acepté la
situación. ¿Como yo, siendo tan joven, saludable, activa, tuviera que
tomar antidepresivos? Pensé, y me negué al tratamiento.
Estuve varios meses lidiando con la situación a mi manera, sin
resultados. Cada vez estaba peor. Recurrí a varias alternativas
como la medicina natural (naturopatía), meditación, la oración y mi fe en
Cristo; cambié mi dieta por completo. Aunque tuve cierta mejoría, nunca
pude recuperar el control por completo. Fue cuando pensé por un momento
que ya no había nada más que hacer, sino resignarme a vivir una vida llena de
miedo, de inseguridad y de limitaciones. Me mudé a vivir con mis padres
para no estar sola. En mi trabajo, no me podía concentrar y mi
producción cada vez era menor.
No fue hasta septiembre de 2001 que no resistí más la situación y decidí
buscar una solución médica, ya que entendía que no me quedaba otra
alternativa. Fue cuando una internista me refirió a un psiquiatra para
tratar la condición de Trastorno de Pánico.
Acudí a mis pastores y consejeros espirituales para confirmar con ellos si
comenzaba el tratamiento médico. Fue cuando uno de ellos me dijo estas
palabras que nunca voy a olvidar: Confía en Dios. Sométete al
tratamiento. ¿No crees que Dios hizo la ciencia y la medicina para nuestra
salud? Fue entonces cuando reaccioné y accedí al tratamiento.
Comencé a visitar a mi psiquiatra e inmediatamente empecé a ingerir mis
antidepresivos (SSRI's) y en cuestión de dos semanas comencé a ver los
resultados. Fue entonces cuando "vi la luz al final del túnel".
Actualmente, llevo un
año de tratamiento médico, con mis
psicoterapias individuales y grupales, y gracias a mi Señor Jesús, me siento
muy bien: llena de vida, de energía, con deseos de trabajar.
El temor se ha ido casi por completo. He vuelto a tener el control de
mi vida nuevamente. Ya no siento temor a manejar, a ir de compras, ni
trabajar. Inclusive, ya volví a mi casa nuevamente y disfruto de "mi
soledad" (porque Dios está conmigo) como solía hacerlo antes.
Le doy gracias infinitas a Dios porque le ha dado al ser humano la
inteligencia y la sabiduría para sanar nuestras dolencias a través de la
medicina. Cristiano que lees estas líneas: si estás pasando por
esta situación, o por cualquier de las otras condiciones anímicas, no pienses
que con acudir a tu médico y tomar medicamentos tienes menos fe en Dios, o no
estás confiando plenamente en El.
Dios nos ama inmensamente, y como nuestro Padre Celestial, quiere que estemos
contentos y saludables; quiere lo mejor para nosotros. Si no conoces a
Dios, te invito a que aceptes a Jesús como tu único Salvador y Sanador
personal. Te reto para que pongas tu vida en las manos de Jesús y tu
médico. Contigo, Jesús y tu médico como equipo, no habrá enfermedad
que no puedas vencer.
Como estoy venciendo yo, puedes vencer tú. Adelante, tú puedes, con
la ayuda de Jesús.
Que Dios te bendiga y te de mucha salud.
[Grupos de Apoyo]
[Testimonios]
|